viernes, 6 de marzo de 2009

35

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Era de madrugada. Fría madrugada y el insomnio, había invadido nuevamente su cuarto.

Cambió la leche tibia por una botella de ginebra, sin hielo.

Tomó del aparador, recuerdo de su madre, la botella y acogotándola la llevo consigo hasta el sillón frente a la ventana. Se veían las estrellas. En la calle, solo un perro asaltaba por décima vez el tacho de basura del vecino.

Era la trigésima quinta noche que no dormía. Exactamente la misma cantidad de noches desde que se había ido Maria. Pero a diferencia del tango, ella no había vuelto.

-Me voy, dijo ella rogando silenciosamente que el la detuviera.

-Si decís que te vas...ya te fuiste-fue lo único que él le dijo.

Treinta y cinco noches sin maría. Sin arrepentirse, sin cuestionarse, sin culparse, sin siquiera decir...mierda.

Treinta y cinco noches sin dormir.

Cuando la botella de ginebra comenzó a vaciarse, de sus duros ojos negros brotó una lagrima. Apuró el sorbo y terminó el contenido de la botella de un solo trago.

Cuando hubo fenecido con el alcohol, explotó en llanto, como un niño. Lloró con gritos hasta quedarse sin aliento.

Lloró como nunca. Lloró, lloró, hasta quedarse dormido.

Nunca supo si fue el llanto, la ginebra o el cansancio, pero la trigésima sexta noche sin Maria...pudo dormir.

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